Abril 26, 2024

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EL ORDEN DE LAS COSAS Capítulo 3 - Por Katha Morgan

Luego de terminar de comer, lavé la taza que usé, la dejé en el lavaplatos boca abajo y me tendí en la alfombra frente a la chimenea encendida. El calor era tan reconfortante, la alfombra era muy gruesa y lanuda, era esponjosa y calentita, puse un cojín de la cama como almohada sobre la alfombra y me arropé con el chal del hermoso sillón de madera. Estaba envuelta en esa atmosfera rara y me gustaba la sensación de no ser yo misma por un tiempo, la pregunta sería cuánto.

 Ya tenía las piernas heladas y mi cuerpo perdía, rápidamente, la poca temperatura que había ganado con el café; traté de enrollarme con el chal para entibiarme. A  ratos oía algunas gotas golpear contra los cristales de la ventana y el chisporroteo de los troncos quemándose en la chimenea. Y aunque las calcetas de lana eras muy abrigadoras seguía teniendo frío. Casi sin darme cuenta, a medida que me fui calentando, me dormí aún enrollada en el chal frente al fuego; no supe cuánto tiempo estuve dormida, pero desperté de la mejor manera posible, aunque inimaginable.

El extraño musculoso había regresado del bosque y avivado el fuego de la chimenea sin que yo lo notara. Luego creyendo que debía aprovechar la oportunidad, se tendió junto a mí sin camisa, a torso desnudo y me abrazó por la espalda; como las cucharitas que hacemos con Renato para ver una película en el sofá las noches de sábado, claro, si no tiene “algo de la empresa” como suele decir, pero obvio, no pensaba en mi esposo en ese momento de lujuria pura en que sentía esas manos grandes y ásperas, cálidas y fuertes rodear mi cuerpo completo. Fue un abrazo tierno, que por supuesto, no me molestó para nada, me gustó y me erizó la piel rápidamente. Él se quitó lenta y suavemente los zapatos y unió sus pies a los míos. Su cuerpo estaba tibio, su piel olía a madera y su respiración caliente sobre mi oreja me excitaba mucho, me hacía temblar de nervios y excitación sólo por estar ahí pegado a mí. Yo quería resistirme, hacerme la dormida por unos minutos más al menos, de hecho no abrí mis ojos en ningún momento, pero la respiración acelerada me delató. De pronto me susurró al oído “no tiembles, yo te quitaré el frío”. Ni siquiera respiré cuando dijo eso, mi cerebro se paralizó, y mi cuerpo también. Me quedé quieta sin decir nada aún y él comenzó a acariciar mis pechos libres bajo su propia camisa. Con sus dedos gruesos y toscos movió mi pelo y me besó el cuello, mi respiración se agitó aún más y él lo notó. Casi sin pensar lo que hacía, volteé hacia él y mi boca buscó la suya, encontrándose en un beso jugoso y caliente, suave, tan lento que podía detener el tiempo, su lengua me saboreaba y su saliva caliente quemaba todos mis pensamientos. Ha sido el mejor beso que me han dado nunca. Desde ese momento todo fue entrega, la perfección del momento hacía expandir mi universo mental y me hacía gozar cada segundo del tiempo infinito. Mi raciocinio desapareció en esa cabaña, al igual que mi vergüenza y fidelidad.

Ese macho desconocido me tocaba como nunca antes hombre alguno lo había hecho, sabía rozar mi piel con sus manos ásperas, de manera tal, que yo me retorcía en la alfombra de tanto placer. Sus dedos recorrían mi cuerpo por completo y yo me dejaba embriagada de éxtasis sudorosa. Me entregué a cada cosa que pasaba, o pensaba o hacía; mi mente abierta y los ojos cerrados, ese hombre maduro me hacía gemir cada vez más, metiendo sus dedos en mi boca y mi sexo húmedo, mojado y jugoso anticipándolo todo. La penetración era inminente y no sabía si estaba bien desearlo tanto como lo deseaba en ese momento, pero quería que me tomara con fuerza y dejara la ternura de lado, que me hiciera suya como en la mejor de mis fantasías.

 Mi salvador se sentó en la alfombra, me alzó para que me sentara encima de él, yo me puse de pie en frente suyo, me quité la camisa y las calcetas para quedar completamente desnuda. Me observó por un instante como quien admira una obra de arte y con sus manos, siempre delicado, me separó las piernas y sujetando mis caderas me ayudó a bajar y acomodarme sobre su miembro, duro y palpitante. Con una furia indescriptible me atravesaba el cuerpo, apretando mi carne con sus gruesas manos. Yo ya no gemía, gritaba loca de placer cada vez que me poseía, entraba y salía de mi cuerpo, entraba y salía de mi alma; yo me desvanecía entre sus brazos y él se derretía ente mis piernas. Perdí la cuenta de todos los orgasmos que sentí antes que él pudiera eyacular, me sentía ebria de placer, mareada y exhausta. Hicimos el amor tantas veces, hasta muy tarde, tanto, que el sol empezó a bajar y de nuevo empezó a oscurecer. Al terminar, la chimenea ya estaba extinguida igual que nuestros ímpetus. El extraño de la camioneta roja se levantó dándome un tierno beso en la frente, se vistió rápido y me preguntó si quería comer algo; yo asentí con la cabeza y comencé a vestirme con mi ropa que estaba seca hace horas. Dejé su camisa y calcetas sobre el sillón al igual que el cojín y chal que habían saltado lejos en nuestro encuentro.

Me senté a la mesa nuevamente, comimos en silencio, café y pan amasado. Ya  había estado todo un día fuera de mi casa y sin ver ni comunicarme con mi esposo, jamás había hecho algo así y no sentía culpa alguna. De pronto, aquel amante misterioso cambió su tono tierno de voz por uno un poco más serio y me dijo que ya era hora de irme, que seguro me debían estar buscando o que alguien me estaría esperando.

¿A dónde te llevo muda bella? – preguntó en seguida. Yo lo miré un poco asustada, nerviosa y algo triste, parecía que en verdad no quería irme, pero debía. Lo dudé un momento y por fin dije algo.

Si me dejas en la carretera justo donde me encontraste está bien – le dije, y caminé hacia la puerta con mi vestido de cóctel y los zapatos de tacón puestos. Subí a la camioneta y lo esperé sentada en el asiento del copiloto, el hombre me miró desde dentro de la cabaña, quizás tampoco quería que me fuera, pero no me lo dijo. Caminó hasta la camioneta, se subió y encendió el motor; el camino fue largo y callado, ninguno de los dos dijo una sola palabra en el recorrido por ese camino sin pavimentar, y a esa hora ya, muy oscuro. La noche nuevamente estaba sobre nosotros, hacía frio y las nubes anticipaban otra lluvia, estábamos anhelando algo más pero en silencio. La noche se avecinaba y no había más que decir o hacer. Cuando llegamos al empalme de la carretera me miró por largos segundos, fijamente, como invitándome a decir algo, a preguntar algo, pero no atiné a decir nada, creo que no era necesario.

KM.

 

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Modificado por última vez en Lunes, 17 Mayo 2021 17:02
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website
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