Abril 19, 2024

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SEXO CON TU SOMBRA Capítulo 1 - Por Katha Morgan

Me llamo Joaquín y trabajo vendiendo zapatos, lo sé “ni un brillo” pero no es tan fome como creen y la paga me alcanza para mis gastos y algo más, así que estoy bien. En la zapatería trabajamos pocas personas: Don Mario que, como todo buen jefe, llega tarde, falta cuando quiere y a veces se va a almorzar y al volver no atiende público por sentirse “indispuesto” aunque en realidad es evidente su olor a vino. También, dos vendedores, uno de ellos soy yo y la cajera.

La zapatería es un lugar muy amplio y luminoso, me encanta la luz natural; en la sala de ventas hay varios espejos de pies y algunos de cuerpo entero, hay vitrinas con los zapatos de temporada, para hombres y mujeres. La caja es atendida por una trigueña excesivamente delgada, tanto, que cuando la miro me da frío. El mesón de pedidos de la bodega está a un costado, casi escondido detrás de una vitrina que da a la calle, lo atiende una rubia preciosa que llegó a trabajar aquí hace unos cuatro años, su nombre es Lucía y aunque es muy linda, nunca me ha llamado la atención como para proponerle algo más que risas a nuestras charlas de la hora de almuerzo. Nelson, es mi compañero, un vendedor innato, le lleva más de 15 años a Lucía, pero siempre repetía estar enamorado de ella desde que la vio. Hasta que un día fue todo un completo idiota. Aunque estaba casado hace varios años acosaba a Lucía, la hostigaba, la perseguía, le hacía insinuaciones, “tallas” con doble sentido siempre bien calentonas. La rubia hacía como que no escuchaba nada, nunca respondía, siempre aguantando el acoso en silencio, hasta ese fatídico día que a Nelson se le ocurrió encerrarla en la bodega. Con un empujón la metió a ese oscuro cuarto, cerró la puerta por dentro y la manoseó por la fuerza. Lucía gritaba tan fuerte que la gente que había en la zapatería, clientes y trabajadores, quedamos de una sola pieza, espantados frente a tales sonidos desesperados. Lucía, salió de la bodega con mi ayuda y la de un cliente fornido que me ayudó; tuvimos que romper el pestillo a empujones, pero al jefe eso no le importó cuando le conté lo ocurrido. La pobre chica salió de ahí con dos botones menos en la blusa y su pelo alborotado. El “viejo verde” de Nelson salió muy mal con el rostro enrojecido, todos lo miraban de la peor manera, salió con el horror de la acusación y la vergüenza del rechazo, tanto del público que oyó el suceso como de quienes compartíamos la jornada laboral con él, así también el rechazo largo y rotundo de Lucía.

Sin que nadie alcanzara a decirle nada, Nelson tomó su chaqueta y salió a la calle, no volvió al día siguiente, ni el lunes, ni el martes. Después del despido tácito del galancete, llegó un chico nuevo al local llamado Darío, era más bien delgado, de tez tostada y ojos verdes, parecía un hombre tranquilo a simple vista, era muy sociable y demostró en tan sólo una semana que era muy capaz. Su lugar de trabajo era la bodega, ahora Lucía tomaría el lugar de ventas de Nelson junto a mí, o sea, que apenas si se veían ella y Darío. Esa bodega era un lugar oscuro, quizás algo húmedo, con un olor penetrante a cuero y algo desordenada, a la rubia le encantó salir de ahí, pero a Darío le fascinó más llegar e instalarse en ese lugar. Era un hombre excesivamente detallista y la bodega le representaba un desafío por el desorden en ella; era un lugar oscuro y sin espacio, el cual Darío dejó muy ordenado en la primera semana de trabajo. Era imposible no encontrar algo en ese lugar desde la intervención de Darío, todos estábamos tan contentos, ahorrábamos tiempo y nadie me pedía ayuda a mí para sacar cajas de algún lado.

La personalidad obsesiva de este hombre lo llevaba a ordenar día a día las cajas de zapatos por modelo, color y talla. Todo el orden, siempre en orden. Las arreglaba y reponía cuando se vendía un par, con excesivo detalle, nada podía estar fuera de lugar en esa bodega, agregó una lámpara y puso una planta en una esquina. En serio el lugar había cambiado mucho y para mejor, incluso sacó las manchas de la alfombra que cubría el piso. Aunque no debía salir de su lugar de trabajo, a veces, se colaba por la pequeña puerta abatible que daba al mesón y se sentaba cerca de Lucía y así podía recibir un poco de luz natural. Darío, siempre lucía impecable, pantalón meticulosamente planchado, peinado como los de antes a la gomina, uñas cortas y limpias, manos excesivamente limpias, usaba camisa de cuello reluciente y sus zapatos relucían tanto como sus dientes. Este delgado hombre, además de detallista y obsesivo era curioso, no le gustaba hablar mucho, prefería oír conversaciones ajenas detrás de su puerta, aunque nunca encontraba nada “sabroso” en la zapatería, pero un día de primavera, sin quererlo, por esa misma curiosidad fue que la conoció.

KM

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Modificado por última vez en Lunes, 17 Mayo 2021 17:02
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website
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