Abril 27, 2024

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LA VISITA - Por Katha Morgan Destacado

No todo es lo que parece. Esta historia es similar a varias pero a la vez es super diferente. Más de alguna vez hemos conocido a gente nueva a través de las redes sociales, en una ocasión conocí a un leo por Facebook que era tan genial, era divertido y gran conocedor de la música antigua, le gustaba mandarme fotos de lo que estaba haciendo en cada momento que se acordaba de mí, así que me llegaba de todo: fotos de su comida, de sus cervezas, de sus amigos, de su trabajo, de su guitarra, de sus pies con la tele de fondo o de su cara voladísimo. Siempre sus saludos coincidían con mis momentos malos, era un poco mágico, me alegraba y arreglaba el día, pero nunca se lo dije. Un día decidimos juntarnos y cuando nos vimos por primera vez en persona, nos dimos un gran abrazo como si fuéramos amigos de toda la vida y hace rato no nos veíamos. 

Él no era de acá, así que yo viajé a verlo a su ciudad. Él era más bajo que yo y menor; caminando juntos sentí que nos miraban pero a ninguno de los dos le importó. Sus padres eran muy divertidos igual que él, todos amables, me recibieron muy bien y me interrogaron hasta por si acaso; respondí todo lo que me preguntaron y con la mejor de mis caras hasta que mi amigo me rescató, invitándome a comprar cigarros. Al salir de ahí, le agradecí por sacarme de ese interrogatorio y sólo se rió, siempre son así – me dijo. Si alguien soporta el interrogatorio, vale la pena tenerlo en la casa, agregó mientras caminábamos. Yo no aguanté lo suficiente al parecer.

Nos fumamos un cigarro cada uno sentados en la plaza de la esquina y luego me preguntó para qué había venido, me sorprendió su pregunta ya que él me había invitado, después de meses mensajeándonos, pero me apuré en responderle: porque tú me invitaste. Sonrió y me dijo que aún no podíamos volver a su casa, porque los padres ya se habían tomado un par de copetes y eso significa que se ponen conversadores y luego discuten y pelean; siempre es lo mismo concluyó con un semblante de decepción. No supe qué decirle así que prendimos otro cigarro, pero esta vez fue un pitillo de marihuana. Lo fumamos hasta quedar chinitos y muertos de la risa.

Comenzamos a hablar de tantas cosas, de las mascotas, de música y de los viajes que queríamos hacer cuando creciéramos y tuviéramos la pega y las lucas que soñábamos. A más de alguno nos iríamos juntos. Yo estaba estudiando ingeniería civil y él algo relacionado con el turismo, así que nos iría bien. Estuvimos largo rato hablando, haciendo planes y riendo hasta que nos quedamos mirando, en silencio, ese silencio que no es incómodo sino tranquilo. Nos miramos por varios segundos y nos besamos dulcemente. Un beso suave, lento, Era lindo, era mágico, calmaba mi alma y me sentía segura, pero él estaba tenso, molesto por lo que estaba pasando en su casa, o lo que creía que pasaría.

Después de muchas risas, compramos papas fritas en el único local que quedaba abierto a esa hora, a la vuelta de la plaza. Y un smoking…yo tenía algo más de yerba y él quería fumar. Quería irse un rato, me decía. Enrolamos unos pitos, uno para cada uno y nos pusimos a fumar. Él se quedó pegao, y yo comencé a reírme; es que siempre me da ataque de risa, excepto esa vez que fumé con mi hermana una yerba rara de importación que trajo no sé de dónde y me volé tanto que podía ver la música, sinestesia creo que se llama. Fue muy bacán, pero loco, todo mi cuerpo bailaba sin moverme del asiento y yo, veía la música, no sé cómo explicarlo pero sólo me pasó esa vez. Ahora me estaba riendo, me dolía la guata de tanto reírme. Me reí hasta que se despegó mi amigo.

Ya era muy tarde y él no quería irse a casa aun, estaba helando, me dio frio y le pregunté si ya podíamos irnos. Me dijo que no. Se puso de pie y con esa sonrisa que me encantaba me dijo que iríamos a visitar a un amigo suyo, uno de esos buenos, uno que lo recibe cada vez que sus padres comenzaban algún carrete.

Caminamos mucho rato, pero no era malo, el paisaje era bello y la luna lo iluminaba todo. Paramos bajo un enorme árbol y me contó la historia de que habían levantado las primeras casas del pueblo en torno a él; era añoso y hermoso, un árbol muy verde y frondoso y tenía unas hermosas flores blancas. ¿Cómo se llama? Le pregunté, me miró y me dijo: no lo sé. Estallamos en risas y nos besamos de nuevo. La noche cada vez se ponía más fría y no tenía mi chaqueta, si hubiera sabido que no volveríamos a la casa me la hubiese puesto para ir a comprar. Caminamos abrazados un poco más hasta llegar a una pequeña casa, gritó con fuerza “¡Nacho!” y salió su amigo pelilargo. Se saludaron como hermanos y nos presentó. Se hablaron en voz baja un momento y luego el leo se acercó a mí. ¿Te gusta andar en moto? Me preguntó y yo asentí con la cabeza, bueno la verdad es que nunca me había subido a una. Nacho salió por el portón del costado con una bella moto enduro, se subió y me invitó a subir tras él, y detrás de mí se subió mi amigo. Un verdadero sándwich para poder caber los 3, iniciamos el viaje justo cuando comenzó a llover; era una locura, la velocidad, los saltos, la lluvia en la cara, las risas de los 3, todo era especial. A cada minuto llovía más fuerte, pero nada importaba, estaba empapada, pero me sentía tan feliz. Era la libertad misma.

El viaje terminó a la orilla del mar, en un mirador rocoso. Nos sentamos en una roca y tratamos de fumar un pito que sacó mi amigo y luego otro y un tercero. La lluvia cesó y nosotros muertos de la risa por las locuras y la marihuana seguíamos sentados a la orilla del mar. De pronto notamos que el sol había comenzado a levantarse, ya estaba amaneciendo y era hora de volver, yo sentía frio y no tenía con qué abrigarme. Nos subimos a la moto nuevamente en el mismo sándwich de antes y regresamos a la casa de mi amigo, riendo aún más en cada salto.

Al entrar a la casa noté que estaba todo desordenado, los muebles en el suelo, los vasos y copas rotos, había un cuchillo con sangre sobre la mesa de centro y me asusté. Mi amigo al ver el cuchillo corrió atravesando la sala hacia el dormitorio y lo oí gritar ¡mamá! Mi corazón se paralizó y me imaginé lo peor, de pronto un portazo me hizo saltar. El padre, evidentemente ebrio, salió del baño y lo cerró de golpe. ¿Ya se levantó la mierda de mujer que tengo? Gritó. Mi amigo salió del dormitorio y se lanzó a su padre con cuchillo en mano y violentamente obnubilado lo apuñaló al menos 15 veces. Yo gritaba o estaba callada no sé, estaba tan impactada que la escena vuelve dolorosamente a mi mente ahora que la escribo. Mi amigo leo, jadeante sobre el cuerpo exánime de su padre levantó la vista y me miró, pero su mirada estaba un poco perdida, revuelta. Se puso de pie y caminó hacia mí. Me acarició el rostro con su mano ensangrentada y me dijo te amo. Me besó dulcemente como siempre y caminó sin decir más hacia el dormitorio de su madre. Cuando finalmente reaccioné, tomé mi chaqueta y cartera, los únicos vestigios de que estuve ahí esa noche y mañana. Salí casi sin meter ruido; caminé cabizbaja y casi de memoria hasta el terminal de buses. En la puerta de vidrio noté mi rostro manchado de sangre, lo limpié con mi pañoleta y la escondí en mi cartera. Compré el pasaje y me fui.

Al día siguiente en las noticias hablaron del crimen, el horrible crimen familiar donde un hijo mató a ambos padres y se suicidó. Encontraron al padre apuñalado en la sala, y a la madre y al hijo con la garganta cortada, desangrados sobre la cama en el dormitorio. No sé si fue así o no, no sé qué pasó esa noche en esa casa, esa noche que para mí fue fantásticamente feliz y libre. Nadie sabe de mi visita solo el dueño de la moto y los muertos. Nadie me buscó nunca y yo nunca le conté a nadie.

KM.

 

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Modificado por última vez en Miércoles, 06 Septiembre 2023 15:12
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website
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