Abril 27, 2024

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Para esta nueva columna, les traigo un thriller de un autor chileno, que no es muy conocido por su obra literaria, pero si hablamos de telenovelas como “Adrenalina”, y la serie “Prófugos” de la cadena de televisión HBO, enseguida se viene a la mente el nombre de Pablo Illanes.  Y resulta que la carrera de este multifacético creador de historias comienza como comentarista de cine en la revista Wiken del periódico El Mercurio y en la desaparecida estación televisiva Rock&Pop, luego de haberse titulado de periodista.  En el año 1996 escribe su primera telenovela, “Adrenalina”, luego vendrían “Playa Salvaje” en el año 1997, y “Fuera de Control” el año 1999, todas alcanzando unos índices de audiencia históricos.

Cuando era chica era más bien tímida pero en el liceo eso se me quitó, la personalidad me creció junto con las pechugas y hace un tiempo me dio por creerme rica y no sólo eso: quiero ser modelo. Obvio, si esas son las que triunfan en este mundo de superficialidad y belleza externa y yo tengo harta de esa. Tengo buen cuerpo, lo sé porque no hay quién no me mire en la calle, además soy alta, bonita de cara y tengo un buen poto grande y duro, cintura pequeña y las pechugas bien redondas y paraditas. Siempre fui la mina del curso y eso me ayudó harto en diferentes cosas, incluso a pasar matemáticas en 4to medio. Al salir de cuarto, entré a estudiar secretariado porque mi mamá me obligó; qué güeá más fome, me retiré antes de terminar el segundo mes y me quedé en casa haciendo nada, porque nana no soy de nadie. Pero este año mi mamá me las cantó claritas, si no estudio algo debo buscar pega porque ya no quiere mantenerme ni costear mis vicios. Le puso tanto color que decidí entrar a estudiar enfermería, porque mi vieja es enfermera; pensé que me podría ayudar a estudiar o hacerme los trabajos, pero la verdad nunca me gustó, ni enfermería, ni estudiar y el primer semestre me eché casi todos los ramos, es que era muy difícil y mi vieja no tenía tiempo para ayudarme en nada. Es mejor andar carreteando. Cuento corto, me salí de la carrera pero aun no le digo a mi mamá porque así tengo lucas para seguir en lo mío, en lo que me gusta.

Hace poco, en una de mis columnas, les hablé sobre la novela distópica, y les comenté de algunos de los “imprescindibles”, para acercarse a este género, hoy les traigo la reseña de una de mis distopías favoritas, por tocar un tema que pocas veces es mencionado en la literatura, las maquinarias.  Me refiero a la saga Máquinas Mortales, del escritor inglés Philip Reeve.

Existen muchos géneros en la literatura actual, tales como el romance, la novela histórica, la novela negra, etc., pero un género no muy conocido, es el de la novela distópica, que cada cierto tiempo llega a la palestra por que es adaptada a la pantalla grande.  Este es el caso, por ejemplo, de “los juegos del hambre”, “Divergente”, “Máquinas mortales”, “Mentes Poderosas”, “Ready Player One” y así suman y siguen.

 

Raquel se puso de pie, acomodó su cabello una vez más para tratar de cubrir su rostro y se retiró al baño. Mientras tanto, creyendo que ya todo estaba decidido, Darío pidió la cuenta y se bebió de un sorbo el vino que le quedaba en la copa. La muchacha se sentía muy confundida además, de un poco ebria, estaba disfrutando la cena, se había reído mucho, como hace mucho tiempo no lo hacía, el tipo era divertido, era guapo aunque algo raro, muy directo y pretencioso, pero siendo sincera, ella sabía que en sus condiciones nadie podría acercársele, quizás, ésta era la última oportunidad de conocer el amor, o por lo menos de saber lo que era tener el cuerpo de un hombre junto al suyo, ya que sufrió el accidente cuando era una adolescente y jamás había hecho el amor con nadie, ni antes, ni después.