Abril 19, 2024

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Para esta nueva columna, les traigo un thriller de un autor chileno, que no es muy conocido por su obra literaria, pero si hablamos de telenovelas como “Adrenalina”, y la serie “Prófugos” de la cadena de televisión HBO, enseguida se viene a la mente el nombre de Pablo Illanes.  Y resulta que la carrera de este multifacético creador de historias comienza como comentarista de cine en la revista Wiken del periódico El Mercurio y en la desaparecida estación televisiva Rock&Pop, luego de haberse titulado de periodista.  En el año 1996 escribe su primera telenovela, “Adrenalina”, luego vendrían “Playa Salvaje” en el año 1997, y “Fuera de Control” el año 1999, todas alcanzando unos índices de audiencia históricos.

Cuando era chica era más bien tímida pero en el liceo eso se me quitó, la personalidad me creció junto con las pechugas y hace un tiempo me dio por creerme rica y no sólo eso: quiero ser modelo. Obvio, si esas son las que triunfan en este mundo de superficialidad y belleza externa y yo tengo harta de esa. Tengo buen cuerpo, lo sé porque no hay quién no me mire en la calle, además soy alta, bonita de cara y tengo un buen poto grande y duro, cintura pequeña y las pechugas bien redondas y paraditas. Siempre fui la mina del curso y eso me ayudó harto en diferentes cosas, incluso a pasar matemáticas en 4to medio. Al salir de cuarto, entré a estudiar secretariado porque mi mamá me obligó; qué güeá más fome, me retiré antes de terminar el segundo mes y me quedé en casa haciendo nada, porque nana no soy de nadie. Pero este año mi mamá me las cantó claritas, si no estudio algo debo buscar pega porque ya no quiere mantenerme ni costear mis vicios. Le puso tanto color que decidí entrar a estudiar enfermería, porque mi vieja es enfermera; pensé que me podría ayudar a estudiar o hacerme los trabajos, pero la verdad nunca me gustó, ni enfermería, ni estudiar y el primer semestre me eché casi todos los ramos, es que era muy difícil y mi vieja no tenía tiempo para ayudarme en nada. Es mejor andar carreteando. Cuento corto, me salí de la carrera pero aun no le digo a mi mamá porque así tengo lucas para seguir en lo mío, en lo que me gusta.

Hace poco, en una de mis columnas, les hablé sobre la novela distópica, y les comenté de algunos de los “imprescindibles”, para acercarse a este género, hoy les traigo la reseña de una de mis distopías favoritas, por tocar un tema que pocas veces es mencionado en la literatura, las maquinarias.  Me refiero a la saga Máquinas Mortales, del escritor inglés Philip Reeve.

La mañana pasó rápido, hubo varias ventas. Corría un poco de viento esa tarde, estaba caluroso pues se acercaba el verano, ya estábamos a punto de cerrar para ir a almorzar, cuando entró a la zapatería una mujer rara, con un bonito cuerpo que era opacado brutalmente por su rostro; tenía una horrible hendidura en su pómulo derecho, una tremenda cicatriz que comenzaba en la comisura de los labios y terminaba en la oreja izquierda o quizás viceversa. Fue inevitable quedarse mirándola y ella lo notó, se sonrojó y escondió aún más su feo rostro bajo el abundante cabello rubio que tenía suelto, se apoyó en el mesón y me habló.

Me llamo Joaquín y trabajo vendiendo zapatos, lo sé “ni un brillo” pero no es tan fome como creen y la paga me alcanza para mis gastos y algo más, así que estoy bien. En la zapatería trabajamos pocas personas: Don Mario que, como todo buen jefe, llega tarde, falta cuando quiere y a veces se va a almorzar y al volver no atiende público por sentirse “indispuesto” aunque en realidad es evidente su olor a vino. También, dos vendedores, uno de ellos soy yo y la cajera.