Abril 24, 2024

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EL ORDEN DE LAS COSAS Capítulo 4 - Por Katha Morgan

Me dejó en un paradero fuera de la autopista, una parada en la caletera donde podría tomar un bus de vuelta a mi ciudad. Antes del adiós, me dio un billete para el pasaje y mirándome fijamente a los ojos se despidió de mí. Ha sido increíblemente esplendida tu visita, espero que tu vida mejore – me dijo como si supiera lo que había pasado, y con un beso dulce en los labios se terminó todo. En fracción de segundos comprendí que la fantasía llegaba a su fin y la realidad me dio una cachetada dolorosa. Lo miré y contuve las ganas de llorar. De emoción de tristeza, no lo sé realmente. Me bajé rápido de la camioneta roja y lo miré alejarse.

Nunca supe su nombre ni él el mío, aún no sabía realmente dónde estaba, pero el letrero decía “salida Huaquin”. A pesar de estar vestida y seca me sentía desnuda, con frio y triste, pero bueno, había que despertar del sueño: ese que parecía fantasía sexual, pero mejor. Tenía que saber qué pasaba hoy con mi esposo; qué sucedió con mi matrimonio en esas horas de “pérdida mental”.

Hacía mucho frío a esa hora, pero al menos no llovía. Estaba entumida, sentada en el paradero de buses, frotándome los brazos con las manos, encogida de hombros, sola, pensando en el calor de la chimenea de la cabaña y los brazos del leñador que me rodeaban, cuando el auto blanco de Renato que venía a toda velocidad frenó de golpe frente a mí y me tocó la bocina. Mi primera reacción fue de susto, abrí los ojos grandes y asombrados, como ese niño que es sorprendido comiéndose las galletas sin permiso bajo la mesa; luego me alegré de verlo, pero a la vez sentí miedo no por mi esposo sino por mí. Sentí culpa y pensé por un segundo que mi esposo podría sentir el olor de otro hombre en mi cuerpo. Se estacionó varios metros delante de la parada y se bajó, lentamente me puse de pie, Renato corrió hacia mí y me abrazó fuertemente, apretado como nunca antes y sólo repetía la palabra “perdóname”.  Mientras yo asimilaba lo que estaba sucediendo, él me explicó que las cosas habían sido tan rápidas y que se sentía tan ofuscado con lo que le hice a su jefa y por eso estaba tan molesto conmigo, porque era su trabajo tan importante lo que estaba en juego, y que por eso reaccionó así tan mal, pero de verdad nunca había tenido la intención de dejarme allí tan sola, abandonada bajo la lluvia.

Eran muchos “tan” juntos, hablaba demasiadas cosas a la vez y muy rápido, sin dejar de besarme todo el rostro. Yo no entendía mucho, estaba aturdida mirando fijamente; Renato me sacudía por los hombros y lo sentía eufórico, repetía que sólo quería que lo perdonara, - ¿me perdonas Mónica?, ¿mi amor me perdonas? - repetía sin cesar y yo no podía decir nada. Es extraño ver a alguien que se equivoca tanto pidiendo algo sin merecerlo, sólo pedir y pedir, sin dar nada a cambio, de pronto sentí que el asustado era él y no la mujer entumecida abandonada en la carretera y sentí rabia por lo que me hizo, sentí que podría ser la víctima de todo.

Yo sólo lo miraba, no sabía qué responderle, no sabía cómo decirle que ya no importaba nada de todo lo que pasaba, que no estuve toda la noche aquí, que por primera vez le había sido infiel con un desconocido y que no sabía ni cómo se llamaba pero que no me arrepentía de nada. En ese preciso momento, un bus se detuvo junto a nosotros, un bus que decía “Santiago”, me alejé de Renato instintivamente para abordar el bus, apretando aún el billete doblado en mi mano derecha, pero Renato me retuvo sujetándome de un brazo, “no mi amor, no hay más de qué preocuparse, sólo ven conmigo” – me dijo mientras el chofer del bus hacía cambio de luces para ver si me subía o no. “Mónica ven, vamos al auto” – insistió mientras le hacía señas al hombre del bus para que emprendiera la marcha. El bus empezó a moverse lentamente junto a nosotros y se alejó por la caletera. Yo comencé a caminar despacio, muy lento, dejé que Renato me llevara. Una vez junto al auto blanco odioso que a él le encanta, me besó muchas veces más, reparó en que yo tenía frio y me ofreció su chaqueta, nos subimos al auto y mi esposo no quería soltar mi mano. Qué bueno que te encontré – me dijo. Pobrecita, mi niña, ¿pasaste toda la noche en la carretera? – preguntó.

Lo miré por algunos segundos mientras Renato miraba el camino. Me repitió la pregunta y yo sólo asentí levemente con la cabeza. No atiné a otra cosa, mi alma estaba volviendo en sí, en mí, en mi cuerpo y mi mente me repetía que lo vivido en esa cabaña era algo mágico, algo que sólo era mío, que no podía compartirlo jamás con nadie, que debía seguir mi vida como si nada de eso hubiese pasado nunca, porque quizás, en la fiebre de la intemperie y la hipotermia de la noche, realmente eso nunca pasó, fue solamente un invento de mi mente, aunque, la lluvia fue real, las 26 horas sí habían pasado y no sentía hambre y mi ropa estaba seca. La duda era evidente pero, era mejor no hablar de ciertas cosas.

Al llegar a casa me di un baño de tina y Renato me preparó algo para comer, sirvió unas copas de vino, y me fue a buscar al baño con una de ellas, me la bebí muy rápido aún sumergida en la tina mientras él seguía su cantinela y me juró que nunca más volvería a pasar algo como esto, que agradecía al cielo haberme encontrado sana y salva y bla bla bla. Salí sin secar mi cuerpo, me envolví en la bata de baño y me senté a la mesa. Me serví otra copa de vino mientras él servía los platos, nos dispusimos a cenar con la promesa de no tocar nunca más el tema y estuvo bien, por primera vez, en meses, conversamos de cualquier cosa menos de su trabajo o “el incidente”, pelamos, recordamos momentos buenos y reímos de buena gana. Nos bebimos la botella entera y abrimos una segunda, me sentía cansada pero no decidía irme a la cama, estaba tranquila y relajada, mi esposo estaba alegre y divertido, quizás fue el vino o la culpa pero, de pronto se me quedó viendo con una sonrisa pícara, y yo sonreí de manera coqueta; Renato se acercó lentamente a mí, y me besó suave y apasionado como hace mucho tiempo no lo hacía; en cosa de segundos encendió ese fuego apagado en mi cuerpo por culpa del trabajo y la rutina de estos cinco años de matrimonio, no sé si fue lo ebria que estaba o mi experiencia en esa cabaña, pero amé a mi esposo como nunca: sin prejuicios, sin vergüenza, sin pudor, ahí en el living, durante horas y sin culpa. Fue una noche muy caliente e inolvidable. Amanecimos abrazados en el sofá, felices.

Bueno, ya han pasado 12 meses desde esa noche, hoy celebro en mi mente el primer aniversario de esa experiencia fantástica con el desconocido y mi esposo. Mi matrimonio revivió y hoy somos muy felices, tenemos esa felicidad que le encanta mirar a los demás; tanta, que somos una familia perfecta. Desde esa noche y la anterior, mi vida fue otra. No tardé mucho en darme cuenta que mi cuerpo ese sentía diferente y al cabo de nueve meses, di a luz a un hermoso bebé, un varoncito, que se llama Renato igual como su padre, o sea, igual como mi esposo, porque, aunque tengo la cabeza y el corazón lleno de dudas, nunca me atreveré a cuestionar nada. Ese, no es el orden de las cosas.  

FIN.

KM

 

 

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Modificado por última vez en Lunes, 17 Mayo 2021 17:02
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website
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