Abril 19, 2024

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EL ORDEN DE LAS COSAS Capítulo 2 - Por Katha Morgan

Estaba tan oscuro y llovía tanto, me hubiese encantado estar aún en la fiesta, bailando y bebiendo vino para calentar el cuerpo, riendo, entretenida con la música. Pero lo único que escuchaba era el sonido de los vehículos corriendo a toda velocidad junto a mí; con las ráfagas me recordaban dónde estaba y el miedo que sentía, llegué a tener pena de mí misma.

Eché a caminar por el túnel, al menos ahí no llovía, pero de vez en cuando los bocinazos que advertían y delataban mi inusual presencia en el pasadizo de la carretera me asustaban más. Los autos me hacían el quite con nerviosismo, en el túnel no había berma por donde caminar así que decidí salir a la lluvia de nuevo, creí que sería menos peligroso. Estaba tan arrepentida de mi escena de celos, sabía que había exagerado, pero no era para que Renato me dejara allí, abandonada a mi suerte bajo esa tormenta, sola como un perro.

Casi llegando a la salida del túnel, un auto gris se detuvo adelante, cerca de mí. Corrí para acercarme y pedir ayuda, pero apenas llegué junto a la ventana, inició la marcha de nuevo burlándose de mí. ¡Qué tonta! – pensé y le grité unos cuantos improperios.

Ya llevaba casi una hora caminando bajo la lluvia, eso según mis propios cálculos, porque ni reloj tenía, toda esa información salía de mi celular, el cual estaba en mi cartera, en el auto, con mi esposo; pensar en eso, me daba más rabia. La lluvia no quería cesar, tenía empapada cada fibra de mi ser y no podía salir de la autopista, encerrada entre altas rejas y murallones de concreto me congelaba cada minuto más y más envuelta sólo en un delgado vestido de cóctel. Según los letreros, aun me faltaba un kilómetro para la próxima salida, ya no quería caminar más, estaba gélida y asustada.

De pronto una camioneta roja y envejecida por el trabajo, pasó más lento que los otros por mi lado, no le presté mayor atención, yo estaba decidida a no pedir ayuda de nadie después de mi última experiencia con el chistosito del auto gris. La camioneta se detuvo un poco más adelante y como no dejé de caminar, pasé junto a su ventana. Una voz ronca de hombre me gritó desde el interior, “¿te llevo a alguna parte?”- intenté sonreír pero mi cara congelada no hizo ninguna mueca; dije no, con la cabeza y el cuerpo tembloroso, luego continué mi marcha y la camioneta empezó a moverse junto a mí muy lento. El hombre insistió un par de veces más, pero nunca asentí, entonces él aceleró, se detuvo delante de mí obligándome a parar. Se bajó de la camioneta con una chaqueta en la mano, se acercó y me cubrió con ella, me hizo caminar hasta la puerta del copiloto y me ayudó a subir, yo no opuse resistencia alguna en verdad, ya no podía. Mi cuerpo congelado estaba tieso, me costaba moverme, tenía los labios y ojos morados y no sentía ni mis pies ni mis manos. Casi por inercia me subí y me acomodé en el asiento. El hombre subió y puso la calefacción al máximo, me quitó los tacones y emprendió la marcha rápidamente. La sensación del viento cálido sobre mis helados pies era maravillosa, me relajé y me dormí casi sin darme cuenta.

De pronto y asustada desperté, pues sentí una mano en mi hombro y una caricia suave en el rostro. “Llegamos” – me dijo. Abrí los ojos y bajé del vehículo aún con la dificultad de mi cuerpo descongelándose. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo, era el paisaje más hermoso que había visto nunca, ya casi no llovía, y las agujas de cristal caían sobre las agujas de los pinos soltando un exquisito aroma que lo envolvía todo. Noté que ya había amanecido, la luz del sol apenas tocaba el tejado de la casa. Bajé impactada por el paisaje, pero aun aturdida por el frío de mi cuerpo aunque ya no era tan intenso. Una cabaña de madera, rústica, rodeada de hermosas flores, cercada por arbustos y de fondo un verde bosque de pinos, y todo eso bañado por una fría lluvia de primavera.

Todo era fantástico y hermoso, tal como me gusta, naturaleza pura, así como en la postal que tengo de fondo de escritorio en el notebook. La humedad y el aroma me dejaron embobada, disfrutando de la libertad que se respiraba allí. Entré en la cabaña tomada del brazo de mi extraño salvador, casi sin dudarlo. Su brazo era fuerte, grueso, musculoso y cálido. Ninguno de los dos dijo ni una sola palabra, me senté en una silla frente a la ventana, no dejaba de admirar el bosque, el hombre estaba arrodillado frente a la chimenea iniciando fuego, me le quedé viendo y noté que su espalda era ancha, su frente amplia y su nariz imponente, estaba quedándose un poco calvo, cuarentón yo diría; era de facciones fuertes, masculinas, no se parecía absolutamente en nada a Renato y eso era lo que más me gustaba de él.

Pronto la llama de la chimenea iluminaba toda la sala, el calor era reconfortante, considerando que mi ropa seguía mojada. Mi héroe se fue por un momento a la otra habitación y al volver se acercó a mí y me entregó unas calcetas de lana y una de sus camisas de franela. “Toma, para que te cambies, disculpa que no tenga ropa de mujer” – dijo casi sin mirarme. Recibí la ropa y caminé fuera del comedor, él se quedó junto a la ventana por la que yo miraba el bosque hace un rato. Me cambié en su habitación y llevé mi vestido, medias y calzón junto a la chimenea, los puse estirados en el piso esperando que se secaran pronto. Un tazón de café y pan amasado me esperaban sobre la mesa, el hombre permanecía parado junto a la ventana mirando hacia el bosque y sin voltear me dijo: “no preguntaré nada sobre ti, si no quieres hablarme está bien. La lluvia paró, saldré a cortar más leña” – y salió dejando golpear la puerta con el viento.

Con la boca llena de pan amasado lo miré salir, recién entonces reparé en que no le había dicho nada desde que nos conocimos, más bien, desde que me encontró en la carretera encogida de hombros por el frío, pero no alcancé a decirle nada antes que saliera de la casa con un hacha al hombro. Me quedé ahí, sentada frente a la mesa, comí de ese pan con ganas, calentito y con mantequilla, me bebí con gusto el café caliente, grueso, aromático; todo aparecía tan perfecto. Cuando terminé de desayunar, caí en mi realidad como de golpe. Me di cuenta de que no sabía dónde estaba ni con quién, no sabía qué hora era siquiera; Renato seguramente debía estar preocupado, entonces me puse muy nerviosa y hasta culpable, pero me sentía atraída por el secretismo de ese hombre y de ese lugar tan fabuloso, así que al menos lo esperaría a que volviera con la leña.

KM

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Modificado por última vez en Lunes, 17 Mayo 2021 17:03
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website

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