Abril 27, 2024

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Mi madre era aún muy joven cuando sus padres se separaron y ella decidió quedarse con su padre convirtiéndose, con esa decisión, en la oveja negra de la familia, ya que todas sus hermanas se fueron con su madre; dejaron de hablarle y prácticamente no se veía con ninguna de ellas. La casa se hizo enorme para los dos pero se acompañaban y querían mucho. Se dedicó a estudiar y cuando terminó la escuela, trabajó como auxiliar de párvulos en un jardín de niños de la red de jardines que manejaba la primera dama de la nación. Cuando tenía 19 años conoció a un hombre algunos años mayor, que le gustó de inmediato y él lo notó; se hizo de rogar un rato y luego se dio a la tarea de enamorarla. Ella era tímida, nunca había tenido novio, así que él se le acercó y entablaba conversaciones con ella, la acompañaba cuando salía de compras y procuraba encontrarse con ella de casualidad cada tarde. La enamoró y comenzaron una relación que extrañamente debía ser a escondidas. Claramente algo ocultaba el galán, necesitaba que el amorío fuese lo más privado posible, lo más oculto posible. Aunque se volvía difícil, lo intentaba estando sólo en casa de ella y sin presentarle a nadie de la familia, era lógico, no podía mostrar a la novia porque podría enterarse la esposa y el hijo pequeño que tenía. Mi madre aceptaba la relación así y no sabía que su novio era un hombre casado y con un hijo hasta que tuvo seis meses de embarazo. Yo estaba en camino.

No faltó la vecina mala onda que vio al pololo de la lola de la mano de otra el domingo en la feria, así que le contó a ambas y se supo todo. El tipo tenía una esposa hace dos años con un hijo pequeño de un añito, además, una polola con seis meses de embarazo. ¿Qué tal? Sí, de ese tipo de hombres era este muchacho.

Una vez destapada la olla, quedó al descubierto su doble engaño y obviamente el matrimonio del hombre termino, la esposa se fue a vivir con sus padres, llevándose consigo a su bebé. Mi madre no volvió a verlo por un tiempo hasta que volvieron a estar juntos y así nació mi hermana. Mi abuelo estaba enfermo, nunca le gustó el pololo de su hija, pero como ‘viejo a la antigua’, nunca opinó al respecto. El médico le había diagnosticado cáncer de hígado y se derrumbó tan rápido como avanzó su enfermedad. Mi madre no pudo dejar de trabajar y dedicaba cada minuto libre para cuidar a su moribundo padre.

Cuando mi hermana y yo éramos niñas, mi mamá nos golpeaba mucho a ambas, era como un desquite por todo lo que le pegaba nuestro padre a ella, hasta que un día borracho se tropezó y cayó, se golpeó la cabeza con la cuneta en la puerta de la casa y se desangró. Ninguna de las tres salió en su ayuda, más sólo mirábamos por la ventana, esperando a que se parara y muy disimuladamente, disfrutando que no lo hacía. Finalmente pasaron seis horas, jamás se puso de pie y tuvimos que salir al rato cuando la vecina dio un horrible grito al encontrarse con el cadáver.

Luego de la muerte de nuestro padre, nuestra madre se sumió en una tristeza fea, acompañada de una casi nula comunicación con nosotras y cambió paulatinamente su carácter callado y sumiso por uno explosivo y cada vez más violento con sus dos pequeñas niñas.

Nos golpeaba mucho y yo sentía que debía proteger a mi pequeña hermanita de 4 años de ella, así que cada vez que la niña hacía algo “malo” yo me culpaba, aún sabiendo que recibiría la furia de esa mujer. Yo sólo tenía 8 años. Patadas, combos, palos, cables, metal, loza, todo servía. Cuando crecí un poco me hizo estar a cargo de toda la casa y de mi hermana, además sus golpes también crecieron, y se enfocaron sólo en mí. Mi estrategia de culparme por todo, resultó tan bien que ya no había nada que dudar, siempre era yo la culpable de todo. Con 10 años debía ocuparme de la casa y de una niña de 6 años, hacer el aseo profundo, lavar ropa y cocinar además de alimentar a mi hermanita y llevarla y traerla de la escuela. Era una rutina, no era tan difícil después que aprendí a hacer las cosas a punta de golpes y gritos. Mi madre siempre me decía que yo no servía para nada y que mejor no me hubiera tenido. Las veces que yo osaba contestarle o criticar su actuar por exagerado, me amenazaba con ir a dejarme con mi “papá” para que me cuidara igual que antes y me golpeaba más duro.

Ella sabía que él estaba muerto, yo sabía que él estaba muerto, pero los recuerdos de vivir con ese hombre me producían tanto miedo que me callaba y hacía sumisamente todo lo que me pedía mi madre. Hasta que un día, estando yo sentada en el sillón descansando después de haber cumplido todas mis tareas, con un horrible dolor de cabeza porque estaba muy resfriada, ella se me acercó y me lanzó una taza que alcancé a sujetar con mis manos. Está sucia, lávala – me dijo. Le respondí: después la lavo, me duele mucho la cabeza mamá.  Ella sin pensarlo se levantó de su asiento y me tomó por el pelo arrastrándome a tal punto de arrancarme un mechón y despegarme el cuero cabelludo del cráneo. Eso es muy doloroso, suena como si se quebrara algo y duele mucho por varias semanas. Una vez en el suelo me lanzó la taza en la cabeza y no pude lavársela, porque se rompió. Esa noche todo mi dolor se convirtió en rabia, en odio contra mi madre. Con 11 años mi corazón se llenó de odio hacia ella.

Empecé a ser “perra” como me llamaba ella, porque cada vez que me golpeaba ya no le demostraba debilidad, ya no era la niñita enrollada en el suelo suplicando. Ahora la miraba fijamente a los ojos y resistía, luego lloraba a solas, pero no de dolor, sino de rabia, de impotencia. Mi hermana por lo general, miraba la tele sin que le afectara que me estuvieran golpeando.

Una tarde, cuando tenía 12, mi madre se enojó porque me cobraron más de lo que le habían cobrado a ella días antes en el almacén por los mismos 5 panes para la once. Entonces, tomó el cinturón de cuero que mantenía colgado en la escalera y me azotó una vez, y otra y en el tercer azote, con mi brazo derecho enrollé el cinturón y se lo retuve, mirándola a los ojos. Ella enfurecida me gritaba "suéltalo mierda, te voy a pegar más, suéltalo te digo, yo soy tu madre y tengo derecho a pegarte". Estaba tan alterada, colorada y con los ojos desorbitados de rabia, estaba tan enojada porque yo no soltaba el mentado cinturón. Ya no era una pequeña niña indefensa, sujetaba el cinturón como si de eso dependiera mi vida, casi literal y ella me tironeaba e insultaba más y más, gritando desesperada. Se agitó, respiraba entrecortado y tiritaba. La miré con pena, no la entendía, pero sabía que había sufrido mucho esa pobre mujer. La seguí mirando fijamente y le dije: ¿Quiere pegarme? Sea feliz, pégueme…y solté el cinturón. Mi mamá se fue hacia atrás y cayó sentada en el sillón. Chiquilla de mierda, esto no se va a quedar así, me dijo sin pararse.

No me golpeó. Me fui a dormir aunque era temprano aún, mi hermana miraba la tele como si no escuchara nada más, a pesar de tener 8 años ya. Era una gran actriz. Nada pasó, nadie fue a verme esa noche a mi pieza. No escuché ni acostarse a mi hermana. Me levanté en mitad de la noche y la vi dormida en el sofá y a mi mamá también, dormida en el sillón donde se quedó después de nuestro forcejeo. Estaba tapada con la manta del sofá. No quise despertar a ninguna de las 2. Puse algo de ropa en mi mochila y el poquito dinero que había logrado reunir desde que había decidido irme de ahí. Salí en silencio y me alejé sin rumbo. Más de un año después estaba trabajando de empaque en un supermercado lejos de mi casa,  ya casi cumpliría los 14 años y mi tía me vio, se me acercó y me saludó, venía con mi hermana de la mano. Solo le dije hola, mi corazón también guardaba rabia con ella.

Mi tía, hermana de mi madre, me dijo que esperaría hasta que saliera de trabajar porque necesitaba saber de mí. No tuve cómo evitarlo, así que al terminar me fui con ella a su casa. Tomamos once y me contó que mi hermana vivía con ella hace un año y estuvieron buscándome pero no me hallaron. Esa era la idea, le dije y se enojó.

La noche en que me fui de mi casa, mi madre yacía muerta sobre el sillón, paro cardio-respiratorio dijo el parte médico al mediodía siguiente, y mi hermanita tuvo que pasar por todo eso sola. Ya casi tenía 10 y llevaba un año en terapia porque no superaba haber visto el cadáver de mamá.

Escuché todos los detalles en absoluto silencio, mi tía me culpaba a mí por no cuidarla, por huir, por haber peleado con ella esa tarde. Debí quedarme y pedir su perdón. Si me hubieran cobrado lo mismo que a ella, o menos, en el almacén nada hubiera pasado. Que ridiculez pensé. Miré a mi hermana, miré a mi tía y me puse de pie. Salí de esa casa sin decir nada y escuchando los gritos de mi tía en la espalda, que me culpaba y me cobraba los gastos del funeral y mi hermanita. Caminé más rápido y sin parar. No miré atrás y nunca lo haré.

KM

 

 

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Modificado por última vez en Jueves, 17 Agosto 2023 17:23
Katha Morgan

Rockera de corazón. 
De profesión docente y actriz.
De oficio escritora, locutora y productora radial.
Siempre ligada a las artes.

satiraradio.wixsite.com/website
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