Marzo 29, 2024

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Les taparon la boca a todos - Por Jack Levi

Hoy viajé de Talca a Viña, con mi bolso ligero y mi cámara, como siempre. Cansado, sediento y hambriento, como siempre. Al llegar a la estación de Talca me compré un sándwich ave mayo, una coca cola helada y me lo comí sentado en el suelo, como siempre, ya que, si antes no había asientos en ese terminal, mucho menos ahora en “modo pandemia”, como llaman los comerciantes locales. Lo del sándwich ya es costumbre ya que el hermoso restorán Tarragona que funcionaba en el recinto finalmente cerró y todos los restoranes alrededor del terminar de Talca funcionan desastrosamente mal, como siempre ¡Dios, cómo echo de menos ese Tarragona!

Llegando a Santiago me desorienté como siempre, ya que los buses llegan al terminal Alameda, pero luego, si voy a Viña debo correr a otro que nunca termino por saber si está a la izquierda o derecha de este primer terminal. Al salir del laberinto ya la cosa no estaba como siempre. Grupos de militares en distintos puntos de la estación, con metralletas, estaban resguardando todos los puntos de acceso al recinto. La gente caminaba por el alrededor, con la evidente tensión del panorama, pero lo hacían como siempre, como si no existieran los militares ni las metralletas.

Luego de desorientarme, siempre termino por ubicarme y comencé a buscar las clásicas salidas del terminal, pero estas estaban selladas, bloqueadas en modo de defensa, con altura y todo, listos para recibir un ataque. Me acerqué a un militar, un muchacho joven con boina burdeo, quien me miro amenazantemente, como indicándome con su expresión que no me podía acercar más a él o que no está realmente a costumbrado a que se le acerque un civil mirándolo a los ojos. Entiendo completamente el hecho de evitar mirar a los ojos a un hombre con una metralleta, después de todo, pienso que esa es la función de las metralletas en manos de un militar, causar absoluta sumisión en las personas quienes definitivamente no quieren siquiera imaginar una bala de alto calibre atravesar su cuerpo.

El muchacho soldado sin expresión ni voz de verdad, me apunta hacia una salida detrás de un pasillo donde no había ningún tipo de aduana con militares ni guardias, lo que significa que entré a Santiago sin mostrar ningún papel. Ya en la calle Alameda, caminé hacia la dirección del otro terminal, ese de color verde, pero todos sus accesos oeste estaban cerrados y toda la gente caminaba como ganado hacia el único acceso disponible precisamente en el extremo opuesto, todos tranquilos, aquí no pasa nada, para ellos pareciera que todo ocurriese como siempre.

Ya en el terminal verde, compré el pasaje a Viña en un tótem, fui a donde están las salidas de los buses y nada estaba como siempre. Nuevamente estaban los militares por todos lados, haciendo nada, solo exhibiendo sus metralletas y boinas, estos ya estaban más relajados y llevaban sus metralletas en las espaldas, pero aparte de estar de pie en grupos, conversando y solo imponiendo autoridad, no parecían hacer nada importante. Toda la revisión de papeles que no me tocó al entrar a Santiago la estoy experimentando ahora que intento salir, en una suerte de aduana muy parecida a la de los aeropuertos, con funcionarios del ministerio de salud (supongo) controlando la situación.

Me hicieron exactamente 3 controles. El primero en una fila donde unos hombres revisaron mis papeles y me hicieron pasar sin siquiera leerlos. El segundo estaba exactamente después del primero (¿?) y correspondía a unos mesones con unas señoritas que revisaban el pasaje, pedían tu RUT y registraban tu desplazamiento. “Está bien complicado tomar un bus en estos días”, le dije a la señorita de cabello color purpura que se encargó de atenderme, ante lo cual ella responde casi con el mismo sarcasmo: “Modo pandemia”.  Casi me salto el tercer control sin intención y si no es por un excelente ciudadano responsable que advirtió mi falta grave a las normas de la salud, habría subido directamente al bus como siempre, pero tuve que hacer otra fila y mostrar todos mis papeles de nuevo.

El resto del viaje fue como siempre, al abrir la botella de agua mineral esta estalló y se vertió en mi pantalón, como siempre (lo que ya me causa mucha risa a estas alturas), me bajé afuera del terminal de Viña, de noche, con el horrible y tétrico panorama del alrededor (un escupitajo en nombre del turismo), con el olor a orina y edificios derrumbándose, como siempre (la facilidad de Viña de tener un sector costero bonito, una ciudad completamente desastrosa y pasar completamente piola). Me dirigí a mi casa con mi familia para hablar del viaje, como siempre, con la única diferencia de que ahora tenia una extraña sensación en la boca, en el alma… en mi cuerpo entero en realidad. ¿Qué habrá sido todo ese show allá en Santiago? Nadie me tomó la temperatura, nadie le pareció importar que yo no poseyera una mascarilla apropiada (uso una pañoleta), nadie leyó realmente mis documentos, todo parecía un engaño, un experimento, una simulación, un simulacro de pandemia, de orden y de obediencia. La gente parecía cómoda después de todo, supongo que al final del día todo debería ser como siempre para el resto, así como lo fue para mí, pero no dejo de pensar quizás que no es así, que para muchos la cosa cambió realmente para feo. Algo me dice que todo el mundo sabe que todo esto está mal, que el sobre-control de la población con militares imponiendo miedo es para otra cosa, pero con una mascarilla y una metralleta, les taparon la boca a todos.

Antes de llegar a casa me desvié al bar de un amigo, él me atendió amablemente como siempre. Le conté lo extraño que está el país y él me responde: "Shhh, no hables muy fuerte ni tampoco opines al respecto en twitter o te van a hacer cagar".

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Modificado por última vez en Viernes, 26 Febrero 2021 17:00
Jack Levist

Pensamiento crítico

Más de 8 años dedicándome a la digitalización de proyectos.

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